En el deporte cuando hay talento, sacrificio y los deportistas tienen los recursos básicos para practicar la disciplina que los apasiona, no importa si se es rey, príncipe o plebeyo.
En el terreno de juego, en la pista, o donde se compita, todos son iguales, lo que marca quien gana no es ni la plata ni la procedencia, sino la capacidad y el pundonor. Y de esto puede hablar con toda propiedad el triatlonista costarricense Ernesto Espinoza, quien le amargó el día a Shaik Nasser, nada menos que el príncipe del Reinado de Baréin, y ante su propio pueblo.
Este anestesiólogo, de 39 años, fue el mejor durante el Ironman 70.3 realizado en este país del Golfo Pérsico el 7 de diciembre.
El prínicipe Nasser esperaba lucirse ante sus súbditos; sin embargo, el tico se lo impidió y de paso terminó número uno del ránking mundial en su categoría.
Y eso es lo hermoso del deporte, no discrimina, como ocurrió en las Olimpiadas Berlín 1936, cuando el atleta estadounidense Jesse Owens, afroamericano, ganó cuatro oros en 100 m, 200 m, salto largo y relevos 4×100 m. humillando al régimen nazi encabezado por el monstruo Adolfo Hitler, quien pregonaba la superioridad de los blancos.
Para que exista equidad o igualdad, las federaciones de cada país, y las que rigen cada disciplina a nivel mundial son muy celosas de la transparencia y la honestidad, valores que no aplican en el fútbol, el cual bajo la histórica corrupción de la FIFA permite que con frecuencia esta apasionante disciplina se vea manchada. Ejemplos sobran, el más reciente lo hemos vivido con la famosa prueba doping que el catracho Henry Figueroa, exdefensor manudo, no se quiso hacer, falta sumamente grave en cualquier otro deporte pero que en este caso quedará en una mera anécdota en la que hasta una abuela murió y resucitó.