TODOS LLORAMOS, tituló La Teja este viernes la dorada hazaña de la atleta Andrea Vargas. Y el que no lloró al ver esta gacela correr hacia el oro y superar a renombradas velocistas, al menos casi le da un infarto, se le puso la carne de gallina, aplaudió, saltó o gritó...
Cuando la mayoría de las personas vemos a alguien triunfar, lo primero que se nos viene a la jupa son pensamientos como qué carga, qué chiva, que tuanis estar ahí en el podio con el corazón a cien por hora.
Pero ¿cómo llegan los grandes como esta joven puriscaleña a los más selecto, ya sea en el deporte, el arte, o cualquier otra rama del conocimiento? Ahí es donde la chancha tuerce el rabo.
Los premios, las medallas, los títulos son como la punta de un iceberg, es lo que todos ven y aplauden, pero lo que pocos conocen y observan es la parte de abajo del iceberg, que es la masa de hielo gigantesca. De los ganadores la mayoría desconoce sus madrugadas, los duros entrenamientos, las trasnochadas estudiando hasta que los ojos no dan más, los sacrificios de la vida social, y el prepararse con las uñas porque plata no hay.
Cuántos talentos, en distintas disciplinas, se quedan en el camino y no explotan el potencial con el que nacieron por esa pereza de dar la milla extra, por la sabrosura de no salir de su zona de confort.
Gracias Andrea porque usted ha superado cientos de obstáculos mucho más altos y complejos que las vallas por las que pasa volando. Gracias porque nos permitió escuchar nuestro bello Himno Nacional en Lima 2019, gracias por decirnos que no es con huelgas ni con abusos como se sale adelante, sino con trabajo y sacrificio.