Cristiano Ronaldo no es mi futbolista preferido, pero eso no me impide admirarlo.
Además de nacer con todos los atributos para ser un fuera de serie, nunca se conformó y entrena el triple que el futbolista promedio para superar a todos e incluso a sí mismo.
A finales del año pasado dio una declaraciones luego de la ceremonia de los Globe Soccer Awards, en los Emiratos Árabes, y aunque me llamaron la atención, hasta ahora las dimensioné.
“Veremos si mi hijo llega a ser un gran jugador, aún no lo es. A veces bebe refrescos (gaseosas) y come patatas fritas, él sabe que no me gusta. Le digo que después de la cinta debe descansar en agua fría y no le gusta. Es normal, tiene 10 años. Tiene potencial, es rápido y dribla bien, pero eso no es suficiente, con eso no llega.
“Es necesario mucho trabajo y dedicación, siempre se lo digo. No le voy a presionar, pero si me preguntan si me gustaría, claro que quiero. Sin embargo, quiero todo lo que sea lo mejor para él, sea futbolista o médico”, declaró CR7 en diciembre del 2020.
Algunos dirán que es muy exigente con un niño de tan solo 10 años, pero ciertamente es mejor que tome esa postura para que su hijo sepa que todo lo que tiene y ganó su papá no fue regalado, que le costó mucha disciplina y que si él quiere aspirar a lo mismo, debe sudarla igual o más.
Lamentablemente mientras uno de los mejores jugadores del mundo transpira disciplina por todo lado, en Tiquicia vemos a futbolistas en un juicio dando quejas por la exigencia de un técnico cuyo único pecado fue sacar lo mejor de cada uno con disciplina y exigencia, porque como dice Cristiano, con solo el talento no basta.