Cuando Ximena Núñez tenía 13 años, su mamá la apuntó para que formara parte de un equipo de voleibol de sala en su natal Santa Bárbara de Heredia.
Al llegar a la casa, doña Yorleny Muñoz le contó a su hija lo que había hecho y ella le preguntó “¿qué es eso?”; no tenía ni idea de cómo se jugaba ese deporte. La jovencita fue a jugar y le gustó; con el tiempo se pasó a la arena y casi seis años después, a sus 18, está a las puertas de competir en la Copa del Mundo de esa disciplina, en Milán, Italia, junto a su compañera Angel Williams.
La competencia será del 10 al 19 de junio
Conversando con La Teja junto a Angel, Ximena se moría de risa recordando aquel episodio que fue el punto de partida en el camino de un deporte que ahora ama.
El equipo en el que la inscribió la mamá no era cualquiera. Lo había formado Natalia Alfaro, quien compitió en voleibol de playa en las Olimpiadas de Río 2016.
“Yo fui a probar a ver si me gustaba porque, como dicen, uno nunca sabe y acá estamos, ahora no cambio esto por nada. Al final si no hubiera sido por ella (su mamá) definitivamente no estaría acá”, dice Ximena.
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En la sangre
Angel proviene de una familia que lleva el deporte en la sangre.
Es de Puerto Jiménez, donde le costaba mucho encontrar equipos femeninos y se acostumbró a jugar con hombres y a ser muy competitiva.
“Viví dos años en Quepos y todos los jueves los veteranos jugaban voleibol de sala, yo siempre iba y me gustaba muchísimo. Era una machita, pequeñita, necia, que siempre pedía jugar con todos y le decían que no porque era muy pequeña y después me lastimaban. Tenía tal vez seis o siete años”, recuerda.
“Cuando nos fuimos a Puerto Jiménez, mi papá (Beau Williams, estadounidense) siempre ha sido superatlético y nos inculcó mucho el deporte. No había muchísimas cosas que hacer y como a mí me gustaba mucho el deporte, empecé a jugar voleibol de sala con chicos porque no había chicas que quisieran. Eran doce chicos y yo, pero todos jugábamos igual”, añade.
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En el colegió enfrentó el mismo problema, pero se dio cuenta de que en el voleibol de playa solo necesitaba una compañera.
El tema del volei se lo tomó tan en serio que su mamá y ella tomaron una decisión determinante.
“Para poder seguir en la selección nacional tenía que estar viajando de Puerto Jiménez a San José todos los fines de semana, lo hice como desde los trece hasta los quince años, era realmente pesado. Me quedaba en las casas de las compañeras de la selección que me apoyaron mucho”, explica.
Lo malo es que había un pero.
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Un gran cambio
“En el colegio ya no me iba tan bien porque pasada todo el fin de semana viajando y entrenando y tal vez el lunes tenía un examen. Fue cuando decimos que si quería seguir en esto lo mejor era venirme a vivir a Atenas. Mi papá se quedó allá, donde tiene su trabajo, pero mi mamá (Mariluz Paniagua) dejó su vida para venirse conmigo”, cuenta.
Fue en la Federación de Voleibol y en la selección donde Ximena y Angel se conocieron; hace once meses hicieron yunta.
Disputaron tres torneos en el extranjero con tan buenos resultados que lo hecho en el más reciente les permitió clasificar al Mundial por ranking.
Se enteraron de la clasificación el lunes pasado, un día que jamás olvidarán. La comisión de selecciones de la Federación de Voleibol las llamó a una reunión virtual para darles el notición.
Angel estaba trabajando y al acabar la reunión le dio a su mamá un abrazo enorme; Ximena estaba a diez minutos de entrar a clases en la UCR (donde estudia terapia física).
“Yo estaba superatenta al celular, apenas me entró la llamada, me puse los audífonos y pensé ‘esto es lo que tanto estaba esperando’. Al escuchar la noticia me puse a pegar brincos por toda la universidad, a gritar, todo el mundo se dio cuenta, ahora lo pienso y ¡qué vergüenza!, pero es que no podía controlar la emoción”, explica.
Este martes se darán cuenta del grupo en el cual jugarán; posiblemente les toque contra excampeonas mundiales o campeonas olímpicas, como las que enfrentaron en abril, o duplas que llevan años juntas.
Angel y Ximena serán posiblemente una de las parejas más jóvenes de las 48 en competencia, pero no le temen al reto. Es más fuerte el deseo de disfrutar el privilegio de estar en un sitio al que llegan solo los mejores del mundo.