No cabe duda que ver a la selección de Costa Rica y sus figuras, como el guardameta del Real Madrid, Keylor Navas, movió las fibras de los aficionados guatemaltecos.
Los chapines llegaron en manada al estadio Doroteo Guamuch Flores, antiguamente conocido como Mateo Flores, el cual lució sus mejores galas, como en los viejos tiempos cuando era sede de vibrantes partidos eliminatorios, antes que les cayera una sanción de parte de la FIFA en el 2016 que le impidió al cuadro bicolor jugar por dos años.
Desde bien temprano los vendedores de camisetas y otros tiliches tomaron sus puestos para esperar a las 17 mil personas que llegarían al partido, por lo que se presagiaba un llenazo, sin embargo, muchas de esas entradas quedaron en manos de los revendedores, quienes, para variar, hicieron su agosto.
La entrada más barata costaba 50 quetzales, unos 4 rojitos y la reventa la tiraba en 200, casi 16 mil, pero muchos aflojaban la harina por la emoción de ver a una figura como Navas.
Los chinamos también eran algo que aparecía por todas partes, en los 200 metros antes del estadio, al mejor estilo de los turnos en Tiquicia, aunque en lugar de cantonés, chop suey o pinchos de carne, lo que recetaban parejo eran tacos al estilo mexicano, algo que se come en cualquier lado en Guate.
Cuando llegamos a la fila para entrar al estadio estaba bien crecidita, pero la gente esperaba con orden y tranquilamente, aunque la prensa chapina reportó algunos casos de ventanas quebradas en algunos carros que dejaron cerca del estuche.
Fuera de esos casos, la mejenga se vivía como una fiesta, aunque muchos chapines no le tenían mucha fe a su selección.
“El asunto está difícil la verdad, Costa Rica es un equipo muy bueno, mundialista, con buenas figuras como Keylor y acá la selección hace rato no juega mucho, pero más allá de eso estaba bonito ver”, indicó Elmer Bustos, aficionado a la bicolor.
A pesar de todo, los gritos de Guate, Guate se oían con ganas en las gradas.
Conforme se fue acercando la hora de la mejenga, el estadio se fue llenando poco a poco, eso sí, con un grupito de ticos en la gradería norte.
La Sele vivió una fiesta en tierra ajena, más allá del resultado, porque más que un rival, fue recibida como un distinguido invitado por el que los chapines vistieron sus mejores galas.