Abrazos, gritos, botellas en alto, locura desenfrenada, hasta uno que otro se quitó la camisa de la emoción. La Selección de Costa Rica puso de tres a cuatro minutos a sus fiebres en el cielo.
Como parte de los episodios del espacio “Donde es Hoy” por La Teja, patrocinado por Claro, nos fuimos a meter al mercado gastronómico Calle 33 en barrio Escalante, San José, donde la pasión por la Tricolor se sintió a flor de piel.
Tal como fue el partido, así fue el ambiente: un arranque frío por el gol tempranero de los teutones, hasta convertirse en caras llenas de ilusión en el segundo tiempo; los fiebres algo se olían de lo que se venía.
Carajillos, jóvenes, adultos, hombres, mujeres, trabajadores de cada uno de los restaurantes tenían en común una fe intacta, algo había en el ambiente que puso a todos a creer.
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El gol de Serge Gnabry a los 10 minutos agüevó, obvio, sino que lo diga un pizzero que por una ventanita veía el partido mientras amasaba y su cara era de decepción, como pensando que no viniera otro papelón como el sufrido ante España.
Lo que sucedía es que esta Costa Rica era otra y la gente lo palpaba, la frase: “no, no, estoy tranquilo, estamos jugando bien, solo lástima ese gol”, era la que más escuchábamos entre los asistentes.
“Creo que estamos haciendo un buen partido, no hay que volvernos locos, no es que Alemania nos ha pasado por encima, para el segundo tiempo podemos empatarlo”, decía Marco, uno de los fiebres que llegó con los compas.
La frase se decía con absoluta convicción y para el segundo tiempo, aún con el 1-0 en contra, la idea de jalarnos una torta estaba muy viva, por eso cuando Yeltsin Tejeda igualó las cosas, a los 58 minutos, fue una ratificación de fe.
“Maes, esto se puede ganar, hay que apretar nada más”, se decían los compas en varias mesas, mientras otros tantos no soltaban el celular revisando qué pasaba entre España y Japón, asunto de interés directo para los ticos.
Para ese momento los nipones ya se habían adelantado en el marcador, por lo que los nervios crecían, había que ganar para clasificar y al 70 cayó el gol que parecía utopía. Juan Pablo Vargas nos llevó al cielo por tres minutos.
Hubo unos segundos de suspenso cuando en la televisión salió que la réferi francesa Stéphanie Frappart estaba consultando el VAR, por si había problemas con la anotación. Luego de lo que se festejó en ese momento, hubiera sido toda una ingratitud que tanta emoción se tirara a la basura.
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Estábamos en la segunda ronda y prácticamente todos allí se sentían con la fortaleza de ir por mucho más, pero, lamentablemente, ese momento de gloria nos duró muy poco cuando Kai Havertz igualó a los 73.
La gente estaba tan en las nubes que la igualada alemana les cayó con mucha sorpresa, casi ni reaccionó. Es más, la fe seguía intacta, porque si ya le habíamos hecho dos goles a Alemania, ¿porqué no podíamos meterle otro?
El tercer pepino de los germanos, otro de Havertz, a los 85, nos mandó a la realidad; la epopeya de Brasil 2014 no tendría segunda parte, a pesar de lo mostrado en los últimos dos partidos.
El cuarto gol de Füllkrug, a los 89, ya ni inquietó a nadie, prácticamente, mientras muchos dejaban sus mesas ya seguros de la eliminación.
Al pitazo final de Frappart le siguieron aplausos de muchos de los asistentes, quedamos eliminados, es cierto, pero hay maneras de maneras de perder y en esta, al menos, no hubo nada de qué avergonzarse.