Si a Molly Seidel le hubieran dicho el viernes pasado que iba a clasificarse para los Juegos Olímpicos, probablemente se habría reído en la cara de quien se lo planteara.
De hecho, tal como ella misma dice, todavía no se lo termina de creer. Pero es completamente cierto. Esta mujer de 25 años será una de las representantes de Estados Unidos en la prueba de maratón que se disputará en Tokio 2020 en julio y agosto, si el coronavirus lo permite.
No será en Tokio |
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La maratón olímpica de Tokio 2020 y las pruebas de marcha se trasladaron a la ciudad de Sapporo, una decisión unilateral que no ha sentado del todo bien a los organizadores japoneses. Las competencias están previstas para el 2 de agosto, en categoría femenina, y para el 9 de agosto, en masculina. |
Molly será una de las tantas deportistas de élite que irán a Japón, puede pensar el lector. Pero no, el caso de Seidel es particularmente llamativo porque no es una atleta profesional.
De hecho, la carrera en la que consiguió el billete para Japón, el preolímpico disputado el sábado en Atlanta, fue la primera maratón de su vida.
Y su rendimiento en la prueba fue asombroso. El tiempo de dos horas, 27 minutos y 31 segundos (el récord mundial está solo 13 minutos por debajo) le dieron el segundo puesto en la competición nacional clasificatoria y, por tanto, una de las tres plazas del equipo estadounidense en la cita más importante del atletismo y el deporte.
Con ella irán Aliphine Tuliamuk y Sally Kipyego, ambas de origen keniano.
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El gran momento
“¿Qué está pasando?”, decía Molly, incrédula todavía horas después, esforzándose en asimilar lo que había logrado. Porque nadie contaba con que una atleta como ella, que no se dedica al deporte a tiempo completo, pudiera lograr semejante proeza.
La corredora, oriunda de Brookfield (Wisconsin), vive en Boston compartiendo un apartamento con su hermana y se entrena en los ratos libres que le quedan de su trabajo como camarera en una cafetería.
Es más, para redondear sus ingresos también bretea cuidando niños.
Seidel sí consiguió buenas marcas en su etapa de estudiante en la universidad de Notre Dame, en Indiana.
De hecho, llegó a proclamarse campeona interuniversitaria en pruebas más cortas (3.000, 5.000 y 10.000 metros).
Numerosos patrocinadores se interesaron por quien parecía la próxima gran estrella del atletismo norteamericano. Pero, tal como contó la revista Runner’s World en 2016, su progresión se vio frenada por las lesiones.
Esto, sumado a la dificultad para gestionar las altas expectativas que había sobre ella, le causó una depresión y se le agravó un antiguo trastorno alimenticio que, aunque ya ha superado, todavía hoy le genera problemas: su densidad ósea es menor de lo normal y por eso es más propensa a sufrir fracturas por estrés. De hecho, en 2018 una rotura en la cadera la mantuvo medio año parada.
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Cuando intentó volver a competir, las marcas que le hicieron ofertas ya no estaban ahí. De manera que optó por centrarse en la recuperación psicológica, manteniendo un perfil bajo y con trabajos alejados del deporte, como el de la cafetería.
En ese negocio pocos compañeros y clientes sabían que entre ellos hay una atleta. “Quizás las cosas cambien un poco cuando vuelva a Boston”, bromea Molly en el New York Times.
Siempre entrenando
Aunque actualmente no se dedica al deporte al 100%, la corredora nunca había abandonado por completo el atletismo. Siguió entrenándose en un grupo local, el Freedom Track Club, y después a las órdenes de Jon Green, su actual técnico, a quien no le gusta mucho que junte las carreras con los otros empleos.
“Lo de la cafetería me parece bien. Pero lo de cuidar niños no tanto, porque requiere muchos desplazamientos en coche, estar demasiado tiempo sentada en el tráfico en hora pico”, dice Green.
Ya habían decidido que, en lugar de continuar con pruebas cortas de hasta 10.000 metros, intentarían pasarse a distancias más largas, debido a que el tipo de entrenamiento y alimentación se adaptan mejor al tratamiento para su bulimia.
Hace apenas medio año ella misma veía imposible hacer lo que acaba de lograr, ni siquiera veía posible intentarlo intentarlo.
Pero su rendimiento empezó a mejorar, hasta el punto de que logró ganar la media maratón de San Antonio en diciembre, lo que le permitió acceder a la clasificatoria de Atlanta, que ya de por sí era un gran éxito viniendo de donde venía.
Teniendo en cuenta que iba a ser la primera maratón completa de su vida y que se enfrentaba a las mejores especialistas del país, Seidel habría estado más que satisfecha quedando por encima del puesto 20. De ahí su sorpresa por el desenlace.