En un partido ante Honduras, rumbo al Mundial de Estados Unidos 1994, la Tricolor vivió una situación similar a la que se dio este martes en la final entre Herediano y Saprissa, cuando los morados anotaron el empate tras una jugada en la que el balón ya había abandonado el terreno de juego.
Fue el 5 de noviembre de 1992 en Tegucigalpa, Honduras. Los seleccionados reclamaron un gol catracho ya que la pecosa había salido de la cancha unos segundos antes.
Un pase enviado al sector izquierdo llegó a los pies de un jugador hondureño, pero mientras se acomodó, el esférico salió por la lateral. El árbitro y el línea no vieron la jugada, luego vino el centro y nos hicieron un gol que salió carísimo.
Aquel pepino de Juan Alberto Flores le costó tres puntos vitales a la Tricolor, que finalmente hicieron falta para clasificar a la Copa del Mundo organizada por los gringos.
Esa derrota (2-1) en la penúltima fecha de una cuadrangular, en la que también jugamos ante México y San Vicente y las Granadinas, nos sepultó y elevó a la próxima ronda a los catrachos, quienes a la postre tampoco llegaron al Mundial.
En la transmisión hondureña de aquel momento, los propios narradores reconocieron que la bola salió, pero que el árbitro no lo vio, entonces se unieron a la celebración que volvió loco el estadio Nacional de Tegucigalpa.
De poco sirvieron los reclamos de Mauricio Montero, quien era el que estaba más cerca de la jugada, tal y como le pasó este martes a Óscar Esteban Granados en el partido entre Herediano y Saprissa, no lo escucharon y el gol valió.