En la biografía “Rafa. Mi historia”, el escritor británico John Carlin compara a Rafael Nadal con Superman y Clark Kent: un hombre discreto y hasta tímido, que luego se convierte en un superhéroe cuando se pone el traje, que en el caso del tenista es cuando empuña una raqueta.
Es algo a lo que el ya doce veces campeón de Roland Garros acostumbra desde muy joven, a esa timidez en las relaciones personales, en contraste con su fuerza y su soltura en la pista.
Álex Corretja, finalista en Roland Garros dos veces (1998, 2001), conoció a Rafael cuando era un chiquillo, cerca de Barcelona en 2002 y quedó impresionado con su juego en un entrenamiento.
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"Lo que más sorprendía de aquel Nadal era su timidez fuera de la pista y su descaro dentro de ella, lejos de la cancha seguía siendo un niño, pero una vez que la pisaba su comportamiento era ya el de un profesional, te miraba como tal, jugaba con un ritmo muy alto y una intensidad elevada para su edad", recordó Corretja en un artículo en el diario El Mundo hace unos años.
Nadal divide su existencia entre esa normalidad que busca en su refugio de Mallorca, donde le gusta sentirse “una persona normal”, lejos del trato de superestrella mundial que recibe durante sus viajes por todo el mundo, donde levanta expectación allí, donde se encuentre.