Dentro de unas décadas, cuando el fútbol femenino haga un inventario de su evolución, el 2019 aparecerá destacado en rojo chillón, tanto en Costa Rica como en todo el mundo.
Las 16.900 personas que llegaron al estadio Alejandro Morera Soto para la final entre Codea-Alajuelense y Saprissa son solo una muestra de esto.
Tampoco hay que olvidar el agitado mercado de fichajes que se ha vivido este fin y principio de año, y que se suma a la llegada de Shirley Cruz al cuadro erizo.
“Yo siempre lo he dicho, el fútbol femenino va a ser el futuro del fútbol y FIFA lo tiene muy claro. El desarrollo se puede dar a gran escala, rápida o lentamente como se ha dado acá”, señaló Bernal Castillo, entrenador de Moravia - Herediano.
“Para nosotros, la llegada de Shirley fue fundamental porque muchas quieren imitar lo que ella hizo a nivel internacional. Hay también otras embajadoras como Melissa Herrera en Francia, muchachas como Katherine Alavado y Daniela Cruz. Definitivamente se ha dado un cambio, se ve más desarrollo de niñas queriendo jugar fútbol, además de colegios y escuelas muy bien desarrolladas. No es que vamos a tener estadios llenos todos los partidos, pero esperemos que, como decía una pancarta, no jueguen en silencio, sino con unas 2 mil personas viendo partidos importantes y finales a estadios llenos”, agregó.
En Tiquicia, el fútbol femenino tendrá otro gran empujón porque en el mes de agosto se desarrollará la Copa del Mundo sub-20 femenina de la FIFA.
Punto y aparte
El tiempo dirá hasta dónde es capaz de llegar el fútbol femenino, pero el año que se fue marcó un punto y aparte.
Explotó y se reivindicó en todo el planeta con el Mundial de Francia como gran amplificador.
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Por ejemplo, en España también estaban como locos porque su selección ganó el primer partido en una Copa del Mundo, también se registró el récord de asistencia a un encuentro (60.739 espectadores para presenciar un duelo Atlético de Madrid -Barcelona), el Barça llegó hasta la final de la Champions (cayeron ante el Olympique de Lyon), el Real Madrid se animó a entrar en un mundo que hasta entonces había rehuido.
Una colección de hitos que, en realidad, no fueron solo deporte, sino una forma más de reclamar la igualdad entre ambos géneros.
Pero ningún momento expresó mejor esta explosión que la final del Mundial de Francia, vista por 82 millones de personas a través de la televisión, un 56% más que en la edición de 2015.
En el estadio del Lyon, una parte importante de los 60.000 espectadores rompieron a gritar de forma espontánea “Equal pay, equal pay” (igualdad salarial, igualdad salarial). Abajo, en el césped, Estados Unidos acababa de ganar su cuarto título ante Holanda (2-0) y allí lo estaba celebrando Megan Rapinoe, mucho más que la estrella del equipo campeón.
Ella se convirtió en la gran referente del fútbol por los derechos de las mujeres, las minorías y el colectivo LGTBI. La trascendencia de esta californiana de 34 años y el alcance de su discurso superaron con mucho sus éxitos en el campo, que no pudieron ser mayores: mejor jugadora y máxima goleadora del Mundial (seis dianas), coronados meses después con el Balón de Oro.
Su enfrentamiento con Trump, agua y aceite, fue el símbolo de este movimiento sísmico, la tormenta perfecta para visibilizar dos mundos antagónicos. Si ganaban, le advirtió días antes de la final, no irían a “la puta Casa Blanca”. “¡Termina el trabajo!”, le respondió el presidente gringo.
Lo acabó y cumplió su promesa junto al resto de sus compañeras: no fueron a ofrecerle el trofeo. De vuelta a su país, con 300.000 personas celebrando el triunfo en Nueva York, continuó su ataque: “Tu mensaje excluye a gente que se parece a mí”.
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Esta fue la mayor sacudida, pero las reivindicaciones del papel creciente de la mujer en el fútbol fueron constantes. Rapinoe lo hizo sobre el terreno y la noruega Ada Hegerberg, mejor jugadora del mundo en 2018, con su ausencia.
Renunció a disputar el campeonato como una forma de denunciar la discriminación que, a su juicio, sufre respecto a la selección masculina de su país en premios, infraestructuras y medios.
La Copa del Mundo lo cambió todo, pero antes ya hubo señales de que se había abierto un nuevo mundo futbolístico. En solo un mes se batió dos veces el récord de espectadores en los estadios españoles. El Athletic metió 48.121 personas en San Mamés para el choque copero contra el Atlético, equipo que poco después logró una cifra que parecía inimaginable: 60.739 en Liga ante el Barcelona.
Un periodista estadounidense de The New York Times cruzó expresamente el Atlántico para contar lo ocurrido esa mañana de finales de invierno en el Wanda, símbolo de la magnitud del acontecimiento.