El contrato que Emiliano Sala acababa de firmar con el Cardiff City parecía el ejemplo perfecto para explicar que todo llega en la vida si se trabaja duro, aunque la suerte parece que se le torció mientras cumplía su sueño.
Natural de la pequeña villa argentina de Cululú, que apenas suma 300 habitantes en la ciudad de Santa Fe, el delantero de 28 años se había ganado, con base en esfuerzo y goles, el derecho a desembarcar en la Premier League. Y no solo eso, también de hacerlo como el fichaje más caro de la historia del club del noreste de Gales que compite en la máxima división británica.
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Los cerca de 17,5 millones de euros (¢1.2473 millones) que el Cardiff acababa de pagarle al Nantes por firmar a Sala eran un auténtico golpe sobre la mesa para tratar de permanecer una temporada más en la Premier.
En puestos de descenso y como el segundo equipo con menos goles a favor de la categoría, el fichaje de Sala suponía toda una declaración de intenciones del conjunto galés, que se adelantaba a varios de los mejores clubes del planeta y se encomendaba a los goles del delantero argentino para intentar mantener la categoría.
Horas antes de firmar con el Cardiff, una tentadora oferta de China llamó a sus puertas para seducirle, pero el futbolista no quería dejar pasar la oportunidad de disfrutar de una de las mejores competiciones del planeta. Ni siquiera por un (buen) puñado de dólares. Porque Sala, como su ídolo Gabriel Batistuta, quería triunfar en Europa.
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Cumplir su sueño, el de un chico sencillo de un pequeño pueblo que anhelaba vivir de su gran pasión. Esa que le hizo cruzar el charco cuando apenas era un joven para probar suerte en clubes de Portugal e incluso España antes de que el Girondins de Burdeos le diese la oportunidad de comenzar a labrarse una carrera en el fútbol.
Porque, al contrario que muchos astros argentinos, él no pudo formarse en una gran cantera. Lo hizo en San Martín, un pequeño club de Progreso, la ciudad a la que emigraron sus padres cuando él era un niño, antes de que llegase a Proyecto Crecer, un club humilde de San Francisco hermanado con el Girondins. Nunca estuvo en una gran escuela. Ni tampoco jugó con las categorías inferiores de su selección. Aunque su mochila estaba siempre cargada de ilusión, espíritu de superación y ganas de trabajar.
Números de oro
Con 21 años debutó con el club galo, en la prórroga de los octavos de final de la Copa de Francia frente al Olympique de Lyon. Con el número 32 a la espalda, “El Emi” disputó los últimos 15 minutos de un encuentro que su equipo no ganó, pero que él no olvidaría nunca.
Meses después, se marchó cedido al US Orléans de la tercera división francesa, donde anotó 19 goles en 37 encuentros antes de marcharse la siguiente temporada, la 2013/14, a préstamo al Niort FC, de segunda división. Allí hizo 18 golcitos y se convirtió en el primer jugador en la historia del club en lograr esa marca en el fútbol profesional.
Sus casi 40 anotaciones en dos temporadas le dieron pleno derecho a formar parte del plantel del Girondins la siguiente campaña. Allí se estrenó en la primera categoría de Francia, la Ligue 1, aunque no terminó de hacerse un lugar, y tras una nueva cesión al Caen, también de la máxima división, fue traspasado al club en el que forjaría su particular leyenda: el FC Nantes.
Al este de Francia encontró su mejor versión, en especial después de su primera campaña allí. En su segunda temporada anotó 15 goles, uno más que en la tercera, que fue la pasada. En esta, sumaba 12 tantos en Ligue 1 más otro en Copa, que le hicieron terminar el 2018 con 20 goles en partidos oficiales. Hace solo dos meses, era el único delantero de Europa que seguía el ritmo a Kylian Mbappé, Neymar y Luis Suárez en la lucha por la Bota de Oro, que hoy encabeza Lionel Messi.
Fue en Nantes, así las cosas, donde “Salagol” se hizo futbolista. Pero nunca perdió su esencia ni dejó que la fama le hiciera perder el rumbo. Cuando volvía a su país natal, llamaba a su hermano Darío para que lo fuera a recoger al aeropuerto en su carro.
Porque para él, tener un vehículo propio o un chofer en su país era un lujo que podía permitirse, pero no quería hacerlo.
Estaba llamando con fuerza a las puertas de la selección argentina y permanecía en el radar de varios de los mejores clubes del mundo. Se le había vinculado con el Real Madrid y el Barcelona. El pasado verano, se le vinculó con el Sevilla, mientras que hace un año rechazó otra multimillonaria oferta de China, en esta ocasión del Beijing Renhe.