En la nueva edición del Chuzo de la Semana les presentamos un carrazo que tiene un apodo muy particular y es un pegue en Cartago, al punto que las novias lo piden para que sea parte de un día tan importante como lo es su casamiento.
El dueño de este Chevrolet Bel Air modelo 1959, mejor conocido como “Cola de pato”, es de don Joaquín Ulloa, vecino del barrio El Bosque en Oreamuno, que tras muchos años chineándolo, le salió un negocio extra para las parejas que están a punto de convertirse en marido y mujer, debido a esto se ha tirado un montón de aventuras.
“Desde hace ocho años lo hemos usado mucho para llevar novias a casar, no me lo piden muy seguido porque la gente últimamente no quiere casarse (risas). Una vez fui a recoger una novia desde Cervantes a la iglesia de Tejar, pero seguro la muchacha era mecánica, porque me preguntaba sobre la cilindrada y el tipo de suspensión del chuzo, sabía más que yo (risas).
“Es demasiado llamativo, porque todo el mundo se quiere montar y tomarse fotos, se roba el show, tanto fue así que una vez llevé a otra novia a la ceremonia de casamiento, a los invitados les llamó tanto la atención mi carrito que le pidieron a la muchacha hacerse a un lado y así tomarle fotos sólo a él (risas)”, comentó.
Hasta el momento, este año no ha llevado a alguna novia, pero como la temporada alta es en estos meses, confía que alguna muchacha lo contrate.
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Diamante en bruto
Don Joaquín lo adquirió en el año 2004 gracias a una foto de un amigo, lo que nunca imaginó es que tiempo después, a punta de esmero le sacó el brillo a su chineado.
“Tengo un taller de ebanistería y un muchacho que cuidaba el local es aficionado a los autobuses escolares de Estados Unidos, me enseñó una foto de un bus y en la parte trasera se veía un clásico, eso me llamó la atención y le dije que dónde lo vio, me contestó que estaba en Guápiles y respondí: ‘si está allá, voy a buscarlo para verlo completo’, al final se encontraba en San Blas de Cartago.
“Me fui inmediatamente, el carro estaba muy malo, pero era un diamante en bruto, porque era un clásico de los cincuentas que son muy perseguidos, pero el antiguo dueño no lo quería vender, era muy anciano, pero lo convencí y me lo vendió”, detalló.
Lo que nunca se esperó es que el proceso para restaurarlo fue la mejor terapia para asimilar la pérdida de una persona importante en su vida.
“Esa vez que lo adquirí, dos meses antes falleció mi papá, fue un golpe muy fuerte en la familia y me sirvió para amortiguar el duelo.
“Duré siete años restaurándolo, porque conseguir los repuestos no fue nada sencillo, como el parabrisas, fue una odisea comprarlo, tuvimos que mandarlo a traer desde Estados Unidos, un amigo me lo trajo en un trailer, lo consiguió en el Estado de California y lo transportó hasta Miami para que lo cargaran en un barco, este llegó a Limón y el camión que lo fue a retirar tuvo problemas porque no cabía, al final lo recogí en San Roque de Grecia, lo puse en un colchón para llevarlo a Cartago y al final se instaló sin problemas”, concluyó.