"No sabemos cuándo podremos volver", dice Bilal Jawir mientras termina de cargar una camioneta con las pertenencias de su familia y se prepara para abandonar la ciudad turca de Antakya, azotada por el terremoto.
Durante el sismo de magnitud 7,8 que sacudió Turquía y Siria el 6 de febrero, y causó más de 44.000 muertos, Jawir, su esposa y sus dos hijas se refugiaron bajo unos naranjos que lindan con su propiedad.
Salieron ilesos pero vieron a algunos de sus vecinos caer de sus balcones.
"No tenemos ninguna esperanza. No tenemos trabajo, no tenemos vida. ¿Cómo podríamos seguir viviendo aquí?", pregunta Jawir.
"Se me parte el corazón. Es duro", añade.
Aunque a primera vista su casa no sufrió daños graves, la familia no quiere quedarse por miedo a que la estructura haya quedado debilitada.
"Nuestro regreso dependerá de que haya servicios (públicos)" en Antakya, explica.
Más allá de todos aquellos cuyas casas se derrumbaron, millones de personas de toda la región se enfrentan ahora al dilema de si arriesgarse a volver a entrar en sus casas, esperar a que se examine la estructura o mudarse a otro lugar.
"Es difícil hacer las maletas y marcharse. Tengo muchos recuerdos aquí", dice Jawir. "Mis hijas nacieron aquí, nos casamos aquí", agrega.
La familia encontró refugio en la casa de su tío en Andana, una ciudad a tres horas en auto, que sufrió daños menores.
Algunos vecinos de Jawir en el barrio de Kislasaray de Antakya también recogen sus pertenencias y se preparan para marcharse.
Adnan y su hija Dilay cargan bolsas de ropa en una camioneta.
"No sabemos qué será de nuestra casa, si la destruirán, no sabemos qué pasará", dice Adnan, que no quiere dar su apellido.
Al igual que los Jawir, no quieren arriesgarse a regresar a su casa.
En la cocina, la madre de Dilay se desespera al ver los tarros rotos esparcidos por el suelo. "No puedo llevarme nada de aquí", dice.
La familia se mudará a un apartamento en Mersin, a 270 kilómetros de Antakya, en la costa mediterránea de Turquía.
Algunos no dudan en sacar provecho de la situación.
En el norte de la ciudad, un trabajador de plataformas elevadoras móviles subió sus precios a 80 dólares la hora por utilizar el aparato, capaz de alcanzar una ventana de un quinto piso.
Factura además 50 dólares por cargador y 50 dólares por alquilar un camión.
"Subimos los precios debido al peligro", dice a la AFP el hombre, que afirma vaciar seis o siete apartamentos cada día.
En el casco antiguo de Antakya, Cuneyt Eroglu, de 45 años, busca entre los restos de su óptica.
"Señora Hacer, si me está viendo, llegaron sus lentes de contacto", dice riendo, mientras mete en una caja de cartón los paquetes recuperados de entre los escombros.
"Limpiaremos y seguiremos viviendo aquí", dice, esperanzado.
A diferencia de otras partes del casco antiguo, la calle de su tienda aún no ha sido limpiada de la enorme cantidad de escombros y trozos de metal que cubrió gran parte de la ciudad.
Eroglu, cuya familia salió ilesa del terremoto, se refugió en una tienda de campaña a las afueras de Antakya.
"Irse es fácil, quedarse es importante", afirma. "Después de esto, quiero quedarme en esta calle el resto de mi vida".
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