EscucharHoy celebramos la gloriosa Ascensión del Señor a los cielos y que sus discípulos son enviados a anunciar con valentía su reino y su mensaje.
Atrás quedaron la negación de Pedro, la traición de Judas, el escándalo de la cruz, la muerte y el temor de estar con las puertas cerradas.
Ahora los discípulos han sido reconfortados con la presencia del Resucitado, se les ha presentado, les ha enseñado sus manos, pies y costado; ha comido con ellos y se les ha aparecido en repetidas ocasiones.
Ahora es el momento de la glorificación que había anunciado, sube a su Padre y a nuestro Padre, no como un desentendimiento de nuestro destino, sino como la meta clara y precisa en la que todos debemos basar nuestro anuncio alegre.
El cielo es nuestra casa y hay un Padre misericordioso que espera. Ya es nuestra la responsabilidad de asumir el compromiso, que se hace patente en el anuncio de la Iglesia desde hace veinte siglos; pues nuestro anuncio no nos pertenece sino que somos colaboradores del Señor en la propagación de la buena nueva.
No hay Iglesia sin anuncio y no hay discípulos sin evangelio que transmitir.
El Señor ha enviado a sus discípulos y la Iglesia es depositaria de éste envío a los confines de la tierra.
Oh buen Señor has que los corazones sean tierra fértil en donde crezca el Evangelio, y has que tu Iglesia sea siempre la impulsadora de tu Palabra para que el mundo siga creyendo con la valentía que nos mostraste en tu resurrección.
El camino está hecho, ¿te atreves a seguirlo?
